Cuando cambiamos la forma en que miramos la ansiedad, también cambia lo que sentimos: deja de ser amenaza y se convierte en energía para avanzar.

La vida a veces se siente como un mar agitado: los problemas se suceden, las noticias no dan tregua y la mente multiplica escenarios negativos. En medio de esa tormenta, la ansiedad aparece como una niebla que lo cubre todo. Y cuando no sabemos hacia dónde remar, la niebla se convierte en miedo.

Hoy, esa sensación es más común que nunca. El avance de la inteligencia artificial ha despertado no solo preguntas sobre el trabajo, sino inquietudes mucho más profundas. Estudios recientes muestran que más del 90% de las personas reconocen preocupaciones existenciales frente a la IA: miedo a perder el sentido, a la imprevisibilidad del futuro, a convertirse en irrelevantes o a no saber qué lugar ocupar en un mundo cada vez más tecnológico.

No hablamos solo de empleos o competencias técnicas. Lo que está en juego es más íntimo: “¿qué valor tiene lo que hago?, ¿cómo encuentro dirección en medio de tanta incertidumbre?”.

El propósito como faro

El propósito funciona como un faro. No elimina las olas ni detiene la tormenta, pero te recuerda hacia dónde dirigirte. Te ofrece un punto fijo que te permite seguir avanzando en medio de la niebla.

Cuando tu energía se orienta hacia lo que da sentido a tu vida, la ansiedad deja de ocupar el centro. Tu brújula ya no es el miedo, sino la dirección que eliges.

Para mí, ese descubrimiento fue un antes y un después. Durante años pensé que el propósito se medía por logros alcanzados, por hitos cumplidos. Hasta que entendí que el verdadero sentido estaba en el impacto que dejamos en los demás. Descubrí que mi propósito no era únicamente resolver problemas técnicos o dirigir proyectos, sino unir dos pasiones que siempre me habían acompañado —la tecnología y el desarrollo humano— para ayudar a las personas a liberar su potencial.

Cuando alguien enciende esa chispa interior, no solo transforma su vida: también inspira a quienes lo rodean. Y eso, más que cualquier logro individual, es lo que realmente permanece.

Este enfoque busca algo más que calmar la ansiedad: nos invita a construir vidas auténticas y con sentido, afrontando de frente las preguntas fundamentales sobre el propósito y la libertad de elegir nuestro propio camino.

La preocupación existencial: cuando perdemos el rumbo

La ansiedad no siempre nace de un peligro inmediato. Muchas veces se mezcla con preguntas más profundas: sobre el sentido de la vida, nuestro lugar en el mundo o lo incierto del futuro. Esa es la raíz de la llamada preocupación existencial, que comparte muchos de los mismos síntomas de la ansiedad cotidiana.

Las crisis existenciales suelen aparecer en momentos de cambio profundo: la pérdida de un ser querido, una ruptura, una enfermedad o el paso del tiempo que nos recuerda nuestra fragilidad. En esas transiciones sentimos con más fuerza nuestra vulnerabilidad y es cuando surgen las preguntas de fondo: ¿qué sentido tiene lo que hago?, ¿cuál es mi lugar?, ¿qué valor tiene mi vida hoy?

Puedes estar ocupado, cumplir con tus responsabilidades, avanzar en tu trabajo… y aun así sentir que algo no encaja. No es una tristeza intensa ni un gran drama, sino más bien una incomodidad de fondo: la sensación de remar con fuerza, pero sin rumbo claro.

A esa sensación me refiero cuando hablo de preocupación existencial. Y aunque pueda incomodar, no es un error: es una señal de que necesitamos parar y escuchar.

Podemos reconocer distintas formas en las que aparece:

  • La preocupación distraída. Vas en piloto automático: trabajas, cumples, consigues cosas… pero sin preguntarte si todo eso tiene realmente sentido para ti. Desde fuera parece que todo va bien, pero por dentro se siente como un vacío.
  • La preocupación por miedo a cambiar. Intuyes que lo que haces no refleja quién eres en el fondo. Te gustaría mover ficha, pero el vértigo de equivocarte te frena. El “¿y si sale mal?” se convierte en excusa para quedarte donde estás, aunque no te llene.
  • La preocupación por querer controlarlo todo. Tratas de diseñar la vida perfecta, sin margen de error. Buscas certezas absolutas, pero la vida no es previsible. Y cuando lo inesperado aparece, surge la frustración y la ansiedad.

En cualquiera de estas formas, el efecto es el mismo: una sensación de desconexión que poco a poco alimenta la ansiedad.

La ansiedad existencial suele brotar cuando nos enfrentamos a preguntas de fondo: la conciencia de que la vida es finita, la libertad de tener que elegir nuestro camino, la soledad que a veces sentimos y la duda sobre qué sentido tiene todo. Estas inquietudes no son fallos, son parte de ser humanos. Y, lejos de paralizarnos, puede impulsarnos a tomar la iniciativa y a comprometernos con lo que de verdad queremos construir. Nuestras metas y la visión de quién queremos llegar a ser actúan entonces como un catalizador: nos invitan a dar lo mejor de nosotros mismos cada día y en todo lo que hacemos.

El problema surge cuando dejamos que esa inquietud nos paralice. Si la ignoramos o la tapamos con distracciones, el vacío crece y la ansiedad gana terreno.

Cómo salir del bucle de ansiedad

Judson Brewer nos recuerda que la ansiedad se alimenta a sí misma a través de bucles de hábito. Todo empieza con un detonante —una incomodidad, un pensamiento difuso de vacío, la sensación de que “algo falta”—. Después llega la  conducta automática: preocuparse sin parar, compararse con otros, refugiarse en la rutina para no mirar hacia dentro. Al final aparece una recompensa aparente: un alivio breve, la sensación de seguridad o un chute de validación externa. Pero ese alivio dura poco y el ciclo vuelve a empezar, cada vez con más fuerza.

¿Te suena familiar? Esa sensación de estar ocupado todo el día y aun así sentir que no avanzas; de cambiar de proyecto esperando que “la próxima vez” te llene más; de depender de un logro puntual o de un “like” para sentir que tu vida tiene dirección. Y aunque en el momento parece que funciona, lo único que hace es postergar la pregunta de fondo: ¿para qué hago todo esto?

La buena noticia es que este ciclo no es una condena. Se puede interrumpir. Y ahí es donde aparece la oportunidad: transformar la preocupación en brújula. Para lograrlo, necesitamos entrenarnos en algo muy simple pero poderoso: observar el ciclo en el que nos movemos y responder de manera diferente.

1. Escuchar — Reconocer el virus.
El primer paso es detenerse y escuchar. La preocupación existencial suele disfrazarse de rutina: sigues funcionando, pero en piloto automático. Te ocupas de lo urgente, pero no de lo importante. El resultado es un vacío difícil de nombrar, como si tu vida estuviera llena de actividades pero vacía de sentido.

Esta desconexión no siempre se presenta igual. Adopta formas distintas que podemos llamar virus del propósito:

  • La duda paralizante, que convierte cada decisión en un precipicio.
  • La inercia, que nos deja atrapados en lo conocido aunque ya no funcione.
  • La mirada ajena, que nos desvía cuando buscamos validación en los demás.
  • El espejismo del éxito, que confunde sentido con acumulación sin fin.

Reconocer estas máscaras es parte del trabajo de escuchar. A simple vista parecen hábitos normales, pero si los observas con calma verás que están drenando tu energía. Pero antes de cambiarlos, lo esencial es esto: darte cuenta de que están ahí. Tómate un minuto, sin prisa:

  1. Pregúntate cuál de estos virus reconoces más en tu vida hoy. Tal vez la duda que te frena, la inercia que te ata, la mirada ajena que te condiciona o el espejismo del éxito que nunca alcanza.
  2. Anota un ejemplo concreto donde lo hayas visto actuar. Puede ser algo pequeño: una decisión que postergaste, un proyecto que nunca arrancaste o una opinión externa que pesó más que tu voz interior.
  3. Obsérvalo con calma: ¿qué energía te roba? ¿Es salud, sentido de vida, motivación, agotamiento? ¿Menos tiempo para la familia? ¿Cómo se siente mi cuerpo cuando ignoro lo que me apasiona? Nombrar ese coste —en tu mente y en tu cuerpo— es clave para darte cuenta de que el alivio momentáneo de evitar no compensa lo que estás perdiendo.

En mi caso, lo viví como una forma clara de inercia profesional. Hubo un momento en mi carrera en el que todo parecía encajar: proyectos exitosos, ascensos, reconocimiento. Sin embargo, al detenerme y escuchar con calma, descubrí que algo no cuadraba. El virus de la inercia profesional estaba actuando: trabajaba sin pausa, acumulaba logros, pero por dentro me sentía desconectado de lo que realmente me movía. La rutina me empujaba a seguir, aunque el rumbo no me llenaba. Fue incómodo reconocerlo, porque desde fuera todo parecía perfecto, pero dentro había un vacío que no podía ignorar.

2. Revaluar — Ver la recompensa aparente.
Frente a la incomodidad, nuestra reacción automática suele ser evitarla. Nos refugiamos en la seguridad de lo conocido: mantener el mismo trabajo, seguir con las mismas rutinas, buscar validación externa en un elogio o un logro. Y, durante un rato, funciona. Pero la recompensa es engañosa: al poco tiempo la pregunta de fondo vuelve… más intensa que antes. Te invito a que revalúes su coste real:

  1. Vuelve al ejemplo que anotaste en el paso anterior: ese instante donde apareció la duda, la inercia, la mirada ajena o el espejismo del éxito.
  2. Pregúntate con sinceridad: ¿qué alivio me dio quedarme en lo seguro?
  3. Ahora mira al otro lado: ¿qué precio real pagué por no actuar? ¿Fue salud, confianza, motivación, una oportunidad perdida, energía?

Anota ambas respuestas. Verlo escrito te ayudará a comprobar que la supuesta recompensa es pequeña comparada con lo que estás perdiendo.

En mi caso, cada vez que elegía quedarme en la inercia profesional, obtenía un alivio inmediato: la seguridad del sueldo, el reconocimiento de estar “en el sitio correcto”, la tranquilidad de no desafiar lo establecido. Pero ese alivio era corto y superficial. Al poco tiempo, regresaba la sensación de vacío. Al mirar al otro lado me di cuenta de que ese alivio me estaba saliendo caro: estaba sacrificando autenticidad y dirección por una calma pasajera.

3. Buscar una alternativa mejor — Propósito como brújula.

Una vez que ves con claridad el coste real de quedarte en lo seguro, llega el momento de abrir espacio a una alternativa más auténtica. No se trata de dar un salto radical ni de cambiar tu vida de golpe, sino de empezar con micro-pasos que te acerquen a lo que de verdad importa. El propósito funciona aquí como brújula: no elimina la niebla, pero te marca la dirección correcta.

La salida del bucle no empieza con grandes decisiones, sino con algo mucho más sencillo: dar un micro-paso en la dirección de lo que de verdad te importa. Puede ser reservar una hora en tu agenda para algo que llevas tiempo postergando, apagar el móvil durante la cena para estar presente, apuntarte a un taller que te despierte curiosidad, reservar fines de semana como tiempo sagrado o simplemente atreverte a decir “no” a lo que no deseas. Son gestos pequeños, pero cada uno abre espacio para que la ansiedad deje de ser un muro y se convierta en energía que te impulsa hacia adelante.

En el fondo, cada micro-paso es también un acto de libertad: elegir deliberadamente en lugar de dejarse arrastrar por la inercia. Al hacerlo, dejamos de vivir en piloto automático y comenzamos a abrazar nuestra autonomía personal. Esa práctica, aunque sea mínima, refuerza la sensación de estar al mando de nuestra vida y convierte la ansiedad en energía para avanzar con autenticidad

Ahora bien, para que no quede solo en inspiración, es importante llevarlo a la acción. Vuelve al ejemplo que trabajaste en los pasos anteriores y aterrízalo en algo concreto.

  1. Pregúntate: ¿Qué decisión pequeña podría ayudarme a sentir que avanzo en la dirección correcta? Si la duda te frena, piensa en un micro-paso que te acerque a tu deseo sin tener que resolverlo todo ho y. Si la inercia te atrapa, busca una mínima variación que rompa la rutina. Si la mirada ajena te condiciona, da un paso que solo responda a tu voz interior. Si el espejismo del éxito te agota, conecta un logro con un valor personal.
  2. Escríbelo como un compromiso sencillo y alcanzable: algo que puedas empezar hoy mismo.

  3. Actúa y observa: ¿cómo cambia tu energía cuando avanzas desde tu propósito y no desde el miedo?

En mi caso, la transformación llegó cuando decidí escuchar lo que realmente me apasionaba. Descubrí que mi propósito estaba en la intersección de dos fuerzas que siempre habían estado presentes en mi vida: la tecnología y el desarrollo humano. Lo confirme trabajando mi  ikigai, lo que me permitió alinear lo que amo, lo que sé hacer, lo que el mundo necesita y aquello por lo que puedo ser recompensado. Desde ahí, di un paso valiente: dejé mi cargo como vicepresidente en Sun Microsystems para fundar mi propia consultora. No fue un salto ciego, sino una decisión guiada por un propósito que hoy sigue siendo mi brújula: ayudar a las personas y a las organizaciones a crecer en tiempos de incertidumbre, usando la tecnología como catalizador de cambio.

Una invitación para ti

La preocupación existencial no es un fallo, es una llamada. Es la manera que tiene la vida de decirnos que estamos listos para vivir con más autenticidad. Si la ignoramos, se convierte en vacío y ansiedad. Pero si la escuchamos y la transformamos, deja de ser condena para convertirse en brújula.

Porque al final no se trata de remar más fuerte, sino de remar hacia el puerto que de verdad queremos alcanzar. Y ese rumbo empieza con pasos pequeños, no con saltos imposibles.

Te dejo dos preguntas para acompañarte hoy:

Si dejaras el miedo a un lado por un momento, ¿qué elegirías hacer hoy?

¿Estoy dispuesto a salir de mi zona de confort para perseguir lo que realmente quiero?

No necesitas resolverlo todo de una vez. Basta con empezar a dar un paso en la dirección de tu brújula interior. Porque la verdadera transformación no llega cuando eliminas la ansiedad, sino cuando la conviertes en energía para avanzar.

En la próxima dosis descubrirás cómo soltar el peso de las certezas rígidas y abrirte a la flexibilidad que la vida necesita. Aprenderás que cuando tu mente se abre, la ansiedad deja de ser un muro y se convierte en una puerta hacia nuevas posibilidades.


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