«La palabra es mitad de quien la dice y mitad de quien la escucha»
Michel de Montaigne
Según todas los sondeos publicados, las elecciones generales del próximo domingo, volverán a confirmar el creciente auge de los partidos emergentes en nuestro sistema político. Prácticamente todas las encuestas confirman que los ciudadanos siguen rechazando el bipartidismo y el panorama político que se avecina es, sin duda, mas complejo, incierto e imprevisible que el anterior. Lo que me ha animado abrir la conversación de hoy, es el echo de que pesar de los interminables debates en los medios de comunicación sobre el 26J, no existe acuerdo alguno sobre la naturaleza del fenómeno y las causas de su creciente atractivo para una parte importante de la población.
Mi objetivo es llamar la atención sobre la importancia de la redarquía social en el fenómeno populista. Las redes establecen un orden alternativo en una sociedad hiperconectada y los modelos tradicionales de confrontación política han quedado obsoletos, en la medida que son incapaces de interactuar con la nueva realidad social. El reconocimiento de la redarquía como nuevo orden social es clave para comprender la emergencia del populismo, sus desafíos y oportunidades, y las implicaciones que tienen las nuevas formas de hacer política en nuestro convivencia y en la regeneración de la democracia
La redarquía social como nuevo orden
A lo largo de la historia, los movimientos sociales han sido y siguen siendo, las palancas del cambio social. En un mundo conectado y de cambios acelerados, estos movimientos son promovidos y difundidos a través de los nuevos medios de comunicación social, y son representativos de una nueva forma de acción colectiva emergente en la sociedad red.
Estos nuevos movimientos sociales son ejemplos de redarquía social y tienen en común una profunda desconfianza en las instituciones tradicionales y partidos políticos que gobiernan la sociedad, adoptan distintas formas, valores y creencias según las necesidades específicas de la causa que les dio la razón de existir. y en última instancia buscan acceder al poder y transformar un orden social que consideran injusto e insostenible.
Una diferencia fundamental de los nuevos partidos que han recogido sus mensajes y consignas, como “no nos representan”, “juntos podemos”, es que no son programáticos como los partidos políticos tradicionales. Sus organizaciones, lejos de las jerarquías y los “aparatos tradicionales”, son estructuras abiertas y participativas en red, que se cuestionan colectivamente los objetivos a conseguir y los mensajes mas adecuados para la movilización ciudadana. Sus reivindicaciones son múltiples y emocionales, no siguen un programa determinado, según gusta decir Pablo Iglesias: «Podemos no es un partido político con intereses propios, sino un instrumento en manos del cambio»
Su objetivo final confesado es cambiar los valores de la sociedad y cambiar el estado de las cosas que consideran injustas. Y su punto de partida es un antagonismo político diferente al tradicional, de “derechas” e “izquierdas”. Su lógica discursiva polariza el espacio entre el «pueblo» y las élites dominantes, la «casta». Sus líderes buscan llegar al poder para cambiar el status quo actual, y movilizan a sus seguidores apelando a la lucha constante de «los de abajo» frente a «los de arriba’» como un instrumento para reforzar la identidad colectiva y transmitir sus ideales a la sociedad.
La redarquía social después de las pasadas elecciones municipales, es una realidad en nuestro país. Cerca de siete millones de ciudadanos españoles son vecinos de capitales cuyos consistorios se han dado en llamar los “ayuntamientos del cambio”. Las candidaturas de unidad popular que tomaron el impulso de los movimientos sociales y las plataformas ciudadanas ganaron en cinco grandes capitales (Madrid, Barcelona, Zaragoza, Santiago de Compostela y La Coruña. Y en Valencia, la tercera ciudad española por tamaño, gobierna en coalición un alcalde de Compromís.
El populismo como nueva forma de hacer política
Me parece interesante como punto de partida para entender el impacto en la política de los nuevos movimientos sociales, la propuesta de Ernesto Laclau, en su libro La razón populista, en el sentido de «rescatar el fenómeno del populismo, de su lugar marginal dentro de las ciencias sociales y pensarlo no como una forma degradada de la democracia sino como un tipo de gobierno que permite ampliar las bases democráticas de la sociedad». Sus planteamientos son particularmente relevantes en el contexto de España, ya que en palabras de Pablo Iglesias, el teórico político Argentino, es el padre intelectual de Iñigo Errejon, responsable del diseño de la estrategia electoral de Podemos.
El populismo, según Laclau, es una manera de construir lo político a partir de identidades o demandas sociales especificas. «Cuando las masas populares que habían estado excluidas se incorporan a la arena política, aparecen formas de liderazgo que no son ortodoxas desde el punto de vista liberal democrático, como el populismo. Pero el populismo, lejos de ser un obstáculo, garantiza la democracia, evitando que ésta se convierta en mera administración de lo publico».
El objetivo declarado del populismo como forma de hacer política es volver a darle al pueblo, la voz que le ha sido confiscada por las élites extractivas ó la «casta» en términos de Podemos. La estrategia del «ellos» contra «nosotros» es la esencia de esta nueva forma de hacer política. En otras palabras, el discurso populista sostiene que el pueblo ha sido víctima de una una élite corrupta que ha secuestrado la voluntad popular. El problema está, en que el «pueblo» puede ser construido de maneras muy diferentes y no todas van en una dirección progresista. De hecho, es el líder populista quien determina quién es gente y quien es casta. En varios países europeos esa aspiración a recuperar la soberanía ha sido captada por partidos populistas de derecha que han logrado construir el pueblo a través de un discurso xenófobo que excluye a los inmigrantes, y en Cataluña, sin ir más lejos, los partidos independentistas quieren construir un pueblo cuya voz reclama una república catalana que se limita a defender los intereses de los considerados soberanistas.
Pero, independientemente de las formas problemáticas que pueden tomar algunos de esos movimientos, es importante reconocer que se apoyan en legítimas aspiraciones democráticas.La exclusión social, la perdida de identidad colectiva, y la inseguridad frente a un mundo globalizado, son los motores del populismo. Por lo que, en una sociedad conectada el populismo como forma de movilización de masas en torno a unas aspiraciones compartidas está aquí para quedarse. Como un fenómeno social, su desaparición es improbable mientras haya grandes mayorías de ciudadanos que vivan en situaciones límites, excluidas de la distribución de la riqueza, y que buscan legítimamente mejorar su situación.
El populismo como estilo de liderazgo
Flavia Freidenberg, en su libro La tentación populista. Una vía al poder en América propone abordar el populismo como un “estilo de liderazgo”, entendido este como «la relación directa, personalista y paternalista entre líder-seguidor, en la que el líder no reconoce mediaciones organizativas o institucionales, habla en nombre del pueblo y potencia discursivamente la oposición de éste con “los otros”. El líder populista busca cambiar y refundar el status quo dominante; donde los seguidores están convencidos de las cualidades extraordinarias del líder y creen que gracias a ellas y/o al intercambio clientelar que tienen con él conseguirán mejorar su situación personal o la del colectivo. El político populista pretende así, ser el único que representa la voz de todo el pueblo.
Estos líderes, como ha sido el caso de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador. presentan algunas características en su manera de hacer política que los diferencia de los políticos que habían gobernado hasta ese momento. De tales características, hay dos que resultan novedosas: a) el modo en que se erigen como alternativa frente a los actores tradicionales, con una clara intención de cambiar el sistema político; y b) el hecho de que consiguen articular una coalición plural de sectores sociales que les otorga legitimidad y abre la posibilidad de poner en marcha proyectos de cambio, sobre la base de una democracia de mayorías.
El problema con este tipo de liderazgo, como analiza muy bien Flavia en su libro, es que todos estos líderes en la practica se han relacionado de manera ambivalente con la democracia. Por un lado, han empleado las elecciones como un instrumento plebiscitario y han legitimado sus proyectos en las urnas en reiteradas ocasiones, empleando los recursos del Estado y las redes clientelares. Pero por otro, han sido responsables de múltiples ataques a las instituciones de la democracia y del ejercicio arbitrario del poder.
El necesario rescate de los partidos políticos
Una sociedad conectada nos plantea retos especialmente complejos; retos que los partidos políticos tradicionales son incapaces de resolver. Y esto es así, en buena medida, porque sus estructuras y modelos de gobierno están basadas en un modelo jerárquicos que ignora tanto las exigencias como las posibilidades actuales de participación, colaboración e involucración de los ciudadanos en la política. Y es que desde su punto de vista fundamental —como maquinas de poder— los aparatos de los partidos políticos tiende a sobrevalorar el legado y las experiencias anteriores a expensas de la innovación y la adaptabilidad de sus estructuras a los nuevos desafíos.
No es cierto que no haya alternativas reales a nuestro sistema político. El problema es que no hay voluntad política para hacer lo que es necesario hacer, que no son unas pequeñas “reformas” en los partidos políticos o cambios menores en sus órganos de gobierno, sino una verdadera reinvención de nuestra instituciones en su conjunto en base a nuevos valores como son la trasparencia, la apertura y la participación ciudadana, necesarias para recuperar la credibilidad perdida y volver a conectar con la sociedad real.
La realidad nos muestra cada día que las estructuras jerárquicas actuales tiene un coste muy elevado en términos de transparencia, iniciativa, creatividad y compromiso. Cada día es más evidente que necesitamos rescatar a nuestros partidos políticos de sus “aparatos” actuales para hacerlos más abiertos, participativos y transparentes; para transformarlos en nuevos partidos capaces de conectar con la nueva realidad social y dar una respuesta colectiva —la única posible— a los nuevos retos. Esta repuesta pasa necesariamente por la regeneración de la clase política y la mejora de la calidad del debate público.
La única manera de impedir la emergencia de partidos populistas es la reinvención de los partidos políticos tradicionales, seriamente dañados por los casos de corrupción, el clientelismo y el deterioro institucional, no como aparatos de poder representativo de las voluntad de sus votantes, sino como como verdaderas plataformas de acción política capaces de para oponerse al populismo con respuestas especificas a las aspiraciones democráticas del pueblo y las encauce hacia una defensa en base a nuevos valores como son la trasparencia, la apertura y la participación ciudadana, necesarias para recuperar la credibilidad perdida y volver a conectar con la sociedad real.